Arrancando de Bécquer y Garcilaso, la poesía de Cernuda se
caarcterizó desde un primer momento por la delicadeza y transparencia del
verso, y por la pureza y rara calidad de su estilo, que se adaptaba bien a la
indolencia y sensualidad de su actitud frente al mundo. Su obra atravesó varias
etapas. Existe una fase inicial de poesía pura- a la que corresponden sus
libros Perfil del aire y Égloga,
Elegía, Oda con alguna influencia
de Garcilaso y Mallarmé- sucedió otra de influencia surrealista, consecuencia
de su lectura de poemas surrealistas franceses durante su estancia en Toulouse.
A esta fase pertenecen dos libros: Un
río. Un amor y Los placeres
prohibidos, en que la desigualdad entre los intensos deseos de dicha y goce, y
la vulgaridad y limitación de la vida, hacen más dramática en el poeta la lucha
entre deseo y realidad. Un cierto neorromanticismo, con alguna huella
bequeriana, aparece en su libro siguiente: Donde
habite el olvido (1934),
título tomado de una rima de Bécquer. La actitud del poeta es ahora de
melancólico desengaño, de búsqueda de un olvido que entierre la herida del
amor, sentimiento que Cernuda define como “un instante feliz entre tormentos”.
Después de este periodo, destaca en Cernuda la influencia de la
poesía romántica inglesa –Keats- y alemana – Hol- con el poeta alemán Hans
Gebser. Así descubre la poesía griega, el mundo de los dioses paganos, que no
dejan de influír en otro libro suyo titulado: Invocaciones a las gracias del
mundo, escrito en 1935.
Desengañado del amor humano, el poeta vuelve su mirada a los
dioses, que representan la pureza y la belleza perfectas. Esta etapa
neorromántica y paganizante va a cerrarla en la guerra civil de 1936-1939, que
divide su obra en dos épocas: la anterior y la posterior al drama espeñol. A
partir de la tragedia, su poesía se hace más meditativa y temporalista,
revelando una visión cada vez más amarga y desengañada de la existencia. El
primer libro de esta segunda etapa, Las
nubes, escrito parte en España, durante la guerra, y parte ya en el exilio,
en Inglaterra, revela el hondo impacto que causó en él la tragedia de la guerra
civil, reafirmando en su poesía lo que ha sido siempre su constante: el sentimiento
de soledad y desengaño, de desencanto ante una realidad que el poeta soñó pura
y paradisíaca y acaba siendo sucia y vil. A la consciencia del dramático
destino de España, que le inspiró algunos de sus más hermosos poemas-las dos Elegías españolas, A Larra, con unas violetas, A un poeta muerto (García Lorca), Lamento y esperanza- se une en algunos poemas de Las
nubes, escritos en Londres, 1938, el recuerdo y la nostalgia de su tierra, el
dolor de haberla perdido y no saber si iba a poder volver a ella. El tono
elegíaco se acentúa en Ocnos (1941), bello libro de poemas en prosa
en los que evoca su infancia sevillana, y en Como
quien espera el alba, algunos de cuyos poemas reflejan el recuerdo y la
nostalgia de la tierra andaluza donde el poeta vivió sus horas más
felices. A la etapa del exilio pertenecen otros libros, como Poemas para un cuerpo (1947) y Desolación de la quimera, publicado un año antes de su muerte.
La
función del poeta en la obra de Luis Cernuda conecta perfectamente con la
tradición romántica, según la cual el artista aparece como un ser solitario
dotado de un don sobrenatural que le permite ver y expresar lo que otros no
pueden. En esta línea, Cernuda se nos presenta como un integrante de una
tradición que arranca con los románticos, sobre todo con los alemanes como
Hölderlin, Novalis o Heinrich Heine y que en España representa la
figura de otro sevillano, Gustavo Adolfo Béqcer.
El
poeta es, por tanto, un “elegido”, bien sea por Dios o por el Demonio. Es un se
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